La casa-museo del maestro exhibe el trabajo de sus últimos pupilos

‘Autorretrato con dos círculos’ (1665-1669) de Rembrandt, en el Rijksmuseum. / EFE

Rembrandt (1606-1669) tuvo un taller repleto de discípulos aventajados cuyas obras han confundido casi hasta la riña a los historiadores del arte. Tal era la pericia de los aprendices, que certificar los 340 cuadros ejecutados por el maestro holandés del Siglo de Oro le ha costado 46 años al proyecto que lleva su nombre. Concluida la magna obra de la mano del estudioso Ernst van de Wetering, llega la hora de los educandos. Rondaron el medio centenar y no es la primera vez que salen a escena, pero la casa-museo del pintor, en Ámsterdam, ha conseguido reunir 60 dibujos y 20 cuadros de los que acudieron en su busca en las dos últimas décadas de su vida. Artistas ya formados como Nicolaes Maes, Willem Drost, Arent de Gelder, Jacobus Leveck o Godfried Kneller, deseosos de mejorar su técnica con un valiente ajeno a las modas.

En el siglo XVII, la pintura estaba considerada una profesión seria que requería una instrucción rigurosa. Rembrandt estudió en Leiden, su ciudad natal, y también en la capital holandesa, con tres especialistas en temas históricos. Abrió su propio taller a los 21 años y su primer alumno fue Gerrit Dou, que tenía solo 14. Muy dotado, el chico desarrolló un estilo detallista del agrado de la reina Cristina de Suecia y Cosimo de Medici. Pasado el tiempo, consagrado y eufórico, Rembrandt compró en 1639 la casa hoy convertida en museo en Ámsterdam. Grande, luminosa y muy cara, en el piso de arriba dispuso un estudio que produce una sensación agridulce. Allí copiaban los novicios dibujos, grabados y óleos hasta que podían abordar los lienzos. Luego eran vendidos junto con los del titular, de ahí la confusión en algunas atribuciones posteriores. También había caballeros adinerados que pagaban por recibir lecciones particulares. Más tarde llegaron los pintores que volaban solos, pero deseaban perfeccionarse sentados en grupos de cinco, todos trabajaban frente a los ventanales. Los paisajes se captaban al aire libre.

Para entender los progresos logrados por Los últimos pupilos de Rembrandt, título de la muestra, abierta hasta el 17 de mayo, David de Witt, conservador jefe, subraya la importancia de las expresiones. «Rembrandt coleccionaba armaduras, caracolas, bustos, ropajes y antigüedades. A los primerizos les ayudaba a simular un decorado envolvente . Entre 1650 y 1669, cuando aparecen los pintores que buscan sus pinceladas únicas, se ocupa de que no olviden darle vida a las miradas. Por pequeña que fuera la obra y por mucho que conocieran el oficio. También de dotar de profundidad y volumen a sus bocetos y composiciones. Él no quería escenas planas o estáticas», dice frente a un dibujo que resume sus palabras.

Es de 1652, de Willem Drost y se titula Rembrandt con su bata depintor. A lápiz sobre papel, el maestro le mira retador y con los brazos en jarras. «A ver si captas lo que estoy pensando», parece decirle. El pobre Drost falleció a los 27 años en Venecia truncando una carrera prometedora, porque varias de sus obras fueron atribuidas al gran mentor durante siglos. El Retrato de Saskia de perfil, de 1662, de otro lado, es un óleo de un alumno anónimo para el que posó la esposa del artista. «Aquí le guió en un trabajo sereno, con sus sombreros de línea rompedora en la época, y atuendos en capas», asegura De Witt.

La prueba de que Rembrandt era un profesor querido por sus estudiantes es que uno de ellos, Samuel van Hoogstraten, con estudio propio, le enviaba a los suyos para que les diera el toque final. Pero tal vez el discípulo tardío más aprovechado, en el mejor sentido, fuera el germano Gottfried Kniller. Llamado Godfried Kneller por los holandeses, y más conocido como sir Godfrey Kneller, pasó por Ámsterdam y llegó a pintor de corte en Inglaterra. Con visión comercial, ejecutaba retratos de gran formato casi en serie. Justo lo contrario de Rembrandt, cada vez más íntimo a medida que se acerca al final.

Los últimos pupilos de Rembrandt coincide en Ámsterdam con la exposición Rembrandt tardío, del Rijksmuseum. Centrada la segunda en su obra más personal, fue estrenada en Londres en 2014 y permanecerá en Holanda hasta el 19 de abril. Organizadas en colaboración, la casa-museo ha logrado hacerse con un gran lienzo firmado por el artista. Es el Retrato de un hombre con las manos en la cintura (1658) y pertenece a la galería neoyorquina Otto Naumann. En 2011 se ofreció en la Feria de Arte y Antigüedades de Maastricht (TEFAF) por 47 millones de dólares. No lo vendieron y cuelga hoy entre las mismas paredes donde fuera pintado en un mal momento.

Rembrandt se arruinó en 1656, y sin embargo, la seguridad mostrada en este lienzo llevó al historiador Van de Wetering a calificarlo de una de sus obras maestras. «Estamos encantados de tenerlo aquí. Además, se cree que el modelo pudo ser un varón español. ¿Qué le parece?», pregunta el conservador. Fuera o no un viajero llegado de España, es una de las mejores clases de pintura de la historia.

Fuente: El País

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