«A flor de piel», de Javier Moro, narra la hazaña del doctor Balmis en 1803, la que fue la primera misión humanitaria

A comienzos del siglo XIX, la viruela afectaba al 60 por ciento de la población. Era con diferencia la enfermedad más devastadora de la época, mucho más que el cáncer en nuestros días. Nadie estaba exento de padecerla: nobles, campesinos, la Familia Real… Cualquiera podía caer sin previo aviso en las fauces de esta dolencia ingobernable. El mismo Rey Carlos IV vio cómo su hermano Gabriel, su cuñada y su hija recién nacida perdían la vida por culpa de la viruela.

Los pocos que conseguían superarla -después de varias semanas en cama- se enfrentaban a un segundo trance igualmente doloroso: ver su cuerpo desfigurado e irreconocible. Y eso los que podían, porque lo normal entre los supervivientes era quedarse progresivamente ciego. Un buen día, en su retiro veraniego de La Granja de San Ildefonso, Manuel Godoy entregó al Rey un informe que reflejaba un nuevo repunte de esta epidemia en los territorios de Ultramar. El monarca estaba muy sensibilizado con la enfermedad, y decidió atacarla.

Por aquel entonces, un doctor inglés llamado Edward Jenner descubrió que las campesinas que cuidaban vacas no padecían nunca viruela. Se mantenían inmunes. Enseguida se dio cuenta de que el virus de la viruela bovina -la que padecía el ganado- inmunizaba contra la viruela «común». Estos avances llegaron a oídos de Francisco Xavier Balmis, un médico alicantino terriblemente ambicioso, que sacrificó su vida personal con el fin de hacer carrera como cirujano.

Balmis se ofreció para llevar esta vacuna a todos los rincones el imperio. Carlos IV y toda su corte aceptaron encantados. El monarca necesitaba dar sentido a su reinado, Godoy deseaba afianzar el poder de la corona en las colonias… y Balmis quería pasar a la historia. Le movía una mezcla de amor propio y filantropía. Saldrían de La Coruña con una veintena de niños, que se irían inoculando el virus de la viruela bovina por turnos. Así llegarían «frescos» a los territorios de Ultramar.

Una luz en el declive

La teoría era relativamente sencilla, pero había que lidiar entre otros con la Iglesia católica, que veía en aquel proyecto algo inmoral y sacrílego. La idea de hacerse «mal» de forma voluntaria para conseguir un bienestar duradero no les convencía. Menos aún que mezclaran fluidos de origen animal con fluidos humanos. Un parlamentario inglés llegó a decir -completamente en serio- que a todos los que se vacunasen les nacerían cuernos en la frente.

Ignorando este tipo de comentarios, la Real Expedición Filantrópica de la Vacunapartió el 30 de noviembre de 1803 de La Coruña. Ese mismo día, los franceses llegaron a Nueva Orleans y comenzaron a desmantelar las instituciones españolas. «La expedición -escribe Javier Moro- era una pequeña luz en el oscuro declive del Imperio». Acontecimientos decadentes como la invasión napoleónica condenaron al olvido esta misión humanitaria.

La estrategia diseñada por Balmis funcionaba según lo previsto. La viruela bovina era «una réplica muy light» de la viruela común y los niños, trastadas aparte, respondían bien al tratamiento. Con el pus extraído de las heridas que les provocaba la vacuna obtenían materialpara inmunizar a decenas de personas. De esta forma fueron salvando de la viruela a miles de compatriotas en Puerto Rico, Cuba, Venezuela, Filipinas o México, donde se encontraron con todo tipo de trabas.

La historia les ignoró

A raíz de los resultados, la vacuna se convirtió en algo «muy goloso», explica Moro. Algunos políticos locales, como el virrey de la Nueva España (México) hicieron todo lo posible para que los médicos de la «metrópoli» fracasaran. Otros querían apuntarse el mérito y otros, directamente, cobraron a sus vecinos cuatro pesos por cada dosis de la vacuna. «Ahí se empezó a ver lo que sería la pugna entre medicina privada y medicina pública», asegura Moro.

Finalmente, la expedición cumplió su objetivo. Inmunizaron a medio millón de personas, levantaron centros para que siguieran con las vacunaciones y lograron para los niños un futuro mejor. Su labor provocó la admiración del mundo, pero los libros de historia en España los han ignorado. La joven coruñesa Isabel Zendal -única mujer de la expedición y pieza fundamental del proyecto- está considerada por la OMS como la «primera enfermera de la Historia en misión internacional».

Hoy el virus lleva aislado en Estados Unidos desde el año 1978. Perotodo comenzó gracias a un español, el doctor Balmis, que quiso librar al mundo de la enfermedad más mortífera del momento.

Fuente: Jorge S. Casillas. ABC

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