Las deudas y las desgracias personales se tradujeron en obras con gran profundidad emocional, pinceladas bastas y motivos imperfecto

Rembrandt Harmenszoon Van Rijn (Leiden, 1606 – Amsterdam, 1669) alcanzó el ocaso de su vida en un contexto de tragedias personales y problemas financieros. El maestro barroco, lejos de perder sus facultades creativas, convirtió esos reveses en nuevos puntos de vista. Una vez tocado el suelo, ya no importa nada, no hay que guardar las formas… y empezó a pintar para sí mismo. Rembrandt se adentró en un estilo mucho más profundo y emocional, impregnado de melancolía, con pinceladas bastas y fascinado por la imperfección, la ruina y la decadencia.

Rembrandt era el décimo hijo de un molinero de la ciudad de Leiden, a unos 40 kilómetros de Ámsterdam. Cuando llegó a la capital holandesa, su dominio absoluto de la luz, influenciado por los claroscuros de Caravaggio y por el estilo de Pieter Lastman, su maestro, le hizo gozar de gran fama en poco tiempo y se hizo con una cartera de fieles clientes. Sin embargo, la caída fue igual de vertiginosa.

Fue la faceta persona la que decidió los designios de su carrera profesional. A pesar de ser considerado un hombre tosco, contrajo matrimonio con Saskia, una rica heredera que le introdujo en los círculos más selectos de la burguesía. Hasta tres hijos casi recién nacidos enterró la pareja -un varón y dos niñas, ambas llamadas Cornelia-. Sólo el cuarto, al que llamaron Tito (1641), llegó a hacerse un hombre. La muerte de su esposa, pocos años después, fue el germen de su nueva pintura.

Tras quedar viudo, se le atribuyen amoríos con niñeras y amas de llaves, pero nunca volvió a casarse debido a la clausula de su fallecida esposa, que le nombró usufructuario de su fortuna a cambio de no cambiar su estado civil. Tuvo una hija con Hendrickje Stoffels, a la que también llamó Cornelia. Acusado de amancebamiento, la puritana sociedad calvinista le dio la espalda y la exitosa vida de Rembrandt comenzó a sufrir fuertes embates económicos.

 

En esta última etapa puso rostros corrientes a personajes bíblicos y huyó de la pose clásica. Quizás sea «La novia judía», de 1668, el ejemplo más conocido de este Rembrandt más íntimo. Se cuenta que cuando Van Goghestuvo ante este óleo por primera vez dijo que daría diez años de su vida a cambio de estar 14 días sentado frente a él. De este Rembrandt tardío también destaca «Mujer en arroyo», que rompe con el decoro de la época o «Autorretrato con dos círculos», uno de los más de ochenta que se hizo. En su mirada, avanza la miseria.

Las deudas y su pasión coleccionista descontrolada le hizo perder toda su fortuna. El artista tuvo que mudarse a un modesto alojamiento, mantenido por su hijo, y deshacerse de lasexcentricidades que había acumulado -como un mono, una armadura japonesa o bustos de emperadores romanos-. Empezó a pintar para los pocos conocidos que mantenía a su lado, con su amante como musa, pero su estilo lejos de sus contemporáneos holandeses, no gustaba.

La muerte de Hendrickje en 1662 y de su hijo Tito en 1668, fue el último empujón hacia el abismo. Hundido en la tristeza, fallecía un año más tarde, a los 63 años, en la más terrible soledad y el olvido.

Este apasionante final del maestro holandés queda recogido en los trabajos que realizó en sus últimos quince años de vida, una colección que puede disfrutarse en la exposición «Late Rembrandt» (Rembrandt tardío). El Rijksmuseum de Ámsterdam muestra 40 pinturas, 20 dibujos y 30 grabados que exploran los aspectos más desconocidos de la obra de Rembrandt van Rijn. Hasta el 17 mayo 2015.

Fuente: Libertad Digital

 

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