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En las imágenes, el autorretrato de Van Gogh que se conserva en el Museo D’Orsay de París y dos de los cuadernos que replica Artika

Fue Van Gogh quien dijo aquello tan traído y llevado de que «nuestros cuadros hablarán por nosotros». Los creadores –ya sean pintores como literatos o arquitectos– defienden la autonomía y supremacía de la obra independiente, sin necesidad de contextualizarla ni glosarla. Pero cuando la personalidad del artista va en paragón o incluso excede los límites de su trabajo autónomo, la necesidad de saber más, de indagar o cotillear en el proceso creativo, es irresistible. Con Van Gogh resulta hasta imperioso. De ahí que, desde su terrible final –aquel suicidio en Auvers que lo mantuvo agonizante durante dos días hasta el desenlace el 29 de julio de 1890–, los estudiosos hayan metido mano a las cartas a su hermano Theo en busca de una relación de causa y efecto entre su desordenada personalidad y el estallido lisérgico de su paleta. De igual manera, sus cuadernos de trabajo han despertado el interés de quienes consideran sus dibujos la dovela necesaria para reconstruir su obra a color, aquellos 900 cuadros que pintó en un tiempo récord. Sus dibujos suman un total de 1.600 y en ellos queda patente la dedicación e importancia que el holandés daba a esta técnica sin la cual no puede entenderse todo lo demás: «La raíz de todo es dibujar», señaló el maestro que, al cabo, abrió una grieta por la que se coló el expresionismo.

125 años de su muerte

A medio camino entre el homenaje en los 125 años de la muerte del artista y la pasión por ahondar en el trabajo y los misterios del genio, la editorial Artika, especializada en libros de artistas, se ha lanzado a un retro poco usual: copiar en técnica facsimilar los cuadernos de trabajo y bocetos de Van Gogh. Es decir, ofrecer a la venta ejemplares exactamente iguales –en dimensiones, troquelado y contenidos– de las moleskines que el pintor utilizó a lo largo de su vida, concretamente de las siete que han llegado hasta nuestros días. Algo así como comercializar la propia libreta del artista. Esta edición única, limitada y numerada, que viene avalada por el Museo Van Gogh de Ámsterdam, se reduce a 2.998 ejemplares, a 3.500 euros de precio de salida.

En el lote, titulado «La mirada de Vincent», se incluyen los cuatro cuadernos más importantes del artista, que abarcan el periodo de mayor fecundidad en su obra y, según señalan desde el museo neerlandés «contienen impresiones efímeras del mundo en que vivía, que nos permiten mirar por encima de su hombro y entender su talento artístico». Son creaciones íntimas, bocetos, estudios, frases sueltas, pistas para su obra futura realizadas en lápiz, tinta, tiza o carboncillo, algunos de ellos «verdaderas obras de arte en miniatura». En ellos encontramos desde estudios preliminares para obras como el «Sembrador» hasta recetas de cocina, poemas o un croquis de París. Todo lo que cabe en una moleskine, la incónica libreta que también usaran Picasso y Hemingway y que hoy en día ha entronizado comercialmente el público.

Cada uno de los cuadernos que nos han llegado de Van Gogh se corresponden con una localización concreta de su vida y su obra. Así, el Cuaderno de Nuenen da cuenta de la etapa en que el artista regresó a casa de sus padres, comido por la falta de dinero, mientras que el Cuaderno de Amberes recoge los trabajos de 1885 y el de París arranca en 1886, cuando Van Gogh se traslada a la capital del Sena junto a su hermano Theo, exitoso marchante de arte. Finalmente, en el Cuaderno de Auvers se plasman los dos últimos meses de actividad creadora y de vida del artista y en ellos están recogidos al carboncillo o a lápiz personajes de su alrededor que también retrató al óleo. Menos conocidos son los tres cuadernos que dedicó a Betsy Tersteeg, datados entre 1873 y 1874. La historia de esta libreta es, en cambio, más entrañable: Van Gogh la llenó de dibujos que dedicó a Betsy Tersteeg, hija de Hermanus Gijsbertus Tersteeg, quien fuera su director en la galería de arte Goupil & Co, en La Haya. Betsy era una niña enfermiza con la que Van Gogh, que había perdido a un hermano antes de nacer él – llamado curiosamente Vincent–, empatizó especialmente y con quien compartía su amor por la naturaleza. En 1877, Betsy falleció.

El estuche «La mirada de Van Gogh» se completa con 17 láminas extraídas de tres cuadernos que no se han conservado y que, supuestamente, Van Gogh arrancó por considerarlas de mayor calidad artística. En ellas, algunas con cierto uso del color, se representan escenas de la vida cotidiana de su etapa de Amberes y París, entre 1885 y 1886. Finalmente, un libro de estudios reúne las impresiones de reconocidos especialistas en la obra de Van Gogh como el crítico Francisco Calvo Serraller, el director del Museo Thyssen, Guillermo Solana, y la responsable de exposiciones del Museo Van Gogh, Geeta Bruin. La iniciativa de la editorial Artika, cuyo número cero irá al Museo Van Gogh y que será presentada hoy en Ámsterdam por el consejero cultural de la Embajada española, se suma a la «catarata» de homenajes que está recibiendo el artista holandés más importante de la historia en los 125 años de su muerte.

Fuente: Gonzalo Nuñez. La Razón

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